Mis ficciones, texto 7: ESPEJOS





     Hace mucho que la quiero. Podría decir que desde el momento mismo en que la conocí, sí, sin dudas fue desde aquel instante en que la conocí. Qué cosa me atrajo de ella es muy fácil de saber y muy sencillo de decir: fueron sus ojos. Los más maravillosos y bellos ojos que jamás he visto hasta ese día, en ese preciso y fugaz suspiro. No quiero utilizar lugares comunes ni caer en cursilerías, pero verdaderamente en ellos yo podía ver tan profundamente como quisiera, tanto que podía llegar hasta su alma. Sí, es cierto, ella tiene los ojos del color del alma.
       Hace mucho que la quiero. Podría decir que desde el mismo momento en que la conocí. Desde aquel segundo magnífico en que su mirada se cruzó con la mía, dejándome sumergido en las inexploradas profundidades de sus pupilas. Buceando dentro de ella, conociendo su interior, sabiendo sus secretos y bebiendo sus sentimientos.
       Hace mucho que la quiero. Tanto que ya no importa desde cuando. No me pidan una fecha, un día o una hora, esto es algo que no puede medirse así. No existe una efeméride, sólo hubo un momento, un ahí, un ahora mismo. Sólo estaba su mirada, aquella que me invitó a cruzar el portal de su intimidad, para dejarme llegar hasta su alma.
       Pero, que había en sus ojos que al reflejar su interior me atrajera tanto. Que sentimientos privados cruzaban su ser, tratando de ocultarse y no pudieron. Cual era su pena y cuánta su alegría. Cuánto de todo esto encerraban esos pequeños espejos de su alma, espejos de ella misma. Qué secretos me decían. Así fue, esa fue la magia, la revelación, el supremo momento en que me enamoré. Sus ojos no podían ocultarme nada y tal vez no querían, eso me deslumbró.
       Ella era para mí totalmente cristalina, amoralmente transparente, todo su ser estaba revelado; yo estaba en ella y ella lo sabía. Aquellos que la conocieron conmigo, tal vez supieron que estaba triste, con esa tristeza calma y penetrante que duele desde dentro y hacia fuera. Fuimos muchos quienes vimos su tristeza, entonces donde estaba la fascinación y la magia ya descripta. Cuál era la razón, adonde encontrar el embrujo.
        Era una buena pregunta, pero no me atormenté, sabía la respuesta, la conocía. Tal vez no fuera una razón fácil o sencilla, sólo un  motivo que sobrepasaba a su mirada.
        Si quienes estuvieron a mi lado en ese instante solo pudieron ver pero no escrutaron, si solo pudieron mirar pero no observaron, a ellos, nada puedo explicarles pues no lo entenderían.
       Por eso no me pregunten porque la amo, solo puedo decirles que hace mucho que la quiero, desde el mismo instante en que la conocí.
 
 
Osvaldo Igounet
Publicado en Nuevos Cuentos (Antología) Ed. 1994.
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