SATISFACCIÓN POPULAR, UN BIEN ESCASO

                      por  Osvaldo Igounet 

La felicidad absoluta no existe porque los absolutos no existen. Toda cuestión tiene por lo menos un grado de relativismo que lo compone, tampoco son absolutos el amor, la satisfacción y menos aún el éxito. Hay grises, hay momentos mejores y peores, subidas y bajadas, errores y aciertos. Borges decía que la sensación de felicidad está dada por la sucesión de instantes felices en la vida de cada quien. Ergo, la "cadena de la felicidad" se compone de pequeños y efímeros eslabones cuya extensión termina por definir a una vida, una relación y porqué no a un gobierno como feliz o no feliz o dicho en términos políticos exitoso o no exitoso. Hasta aquí el gobierno del presidente Fernández es sin dudas poco feliz o falto de éxito. El pueblo no se siente feliz. 

La inflación, el estancamiento, la falta de vacunas suficientes, el no futuro, la falta de trabajo, los bajos sueldos, la inestabilidad política, la cuarentena, la pandemia, el miedo, la falta de confianza, la sensación de que todo está atado con alambres y la precariedad institucional hablan de una gestión poco feliz, carente de éxitos. La paciencia popular se agota y los recursos del gobierno también. Incluso la salida fácil de culpar de todos los males al gobierno anterior, una administración que fracasó estrepitosamente en lo económico pero que aún así no condiciona el mal momento actual. Después de todo Alberto y Cristina se presentaron a elecciones para solucionar el descalabro macrista, dijeron tener el remedio y ahora sabemos que no es así.

La pandemia también dejó de ser excusa y explicación del fracaso actual porque son los errores propios y no forzados los que determinan los resultados. Se rechazó el acuerdo con Pfizer por trece millones de vacunas a precio reducido por cuestiones geopolíticas, se apostó a ganador con las vacunas chinas y rusas y el pleno no salió: Rusia no tiene capacidad de producción suficiente para surtir la demanda y China cortó el suministro por un semestre para vacunar a sus propios ciudadanos. El fondo Covax ofreció diez millones de vacunas y Ginés González García solo aceptó un millón porque Argentina se las arreglaba solita y la apuesta con AstraZeneca y Hugo Sigman es hasta acá un fracaso contundente. Todo este combo es un fallo de gestión propio del gobierno. Las miles de vacunas dadas por izquierda a funcionarios, militantes, parientes y amigos tampoco es atribuible a nadie más que a esta gestión. De sesenta millones de dosis que Argentina necesita hoy solo tenemos algo más de once millones, aplicamos solo nueve y los cuarenta y nueve millones restantes solo Dios sabe; a pesar del discurso oficial la vacunación es un fracaso y la culpa es del gobierno no de Macri, Vidal, Rodríguez Larreta o la autonomía de la Ciudad ni de la Corte Suprema.

Se perdieron los beneficios de la renegociación de la deuda privada por ineficiencia y vamos a defoltear al FMI y al Club de París por cuestiones ideológicas y electorales de la vicepresidente. El riesgo país marca que aún cuando el Fondo Monetario en virtud de la pandemia nos permita patear la negociación para el 2022, para el mundo financiero y económico mundial seguiremos siendo un país no pagador, nada confiable, mendicante y sin futuro inmediato, sólo sostenido por el campo al que el gobierno combate. Ninguna inversión importante puede esperarse en este contexto. Estas decisiones de política económica y modelo de país también son exclusivas del gobierno y de nadie más. 

La cadena de la felicidad o el éxito se está rompiendo, hay más amargura que dulzura. Hay más miseria, más marginalidad y más pobres; hay menos educación y ninguna perspectiva de futuro. Reina el desaliento. Toda encuesta no dirigida muestra que hasta el votante tradicional del oficialismo se está cansando de este estado de cosas, salvo el núcleo duro por supuesto. Y si la oposición, cualquiera sea, no muestra una opción razonable en septiembre y en noviembre tal vez ganen otra vez Clemente y la feta de mortadela. El gobierno lo sabe y la oposición también. Fernández y Fernández y hasta el mismo Kicillof le echan la culpa de todo al gobierno anterior, deberían tomar nota de algo importante: en la calle y para la gente común son por lo menos igual de malos. Sería un raro gesto de inteligencia y sentido común si hicieran algo al respecto.

Osvaldo Igounet 
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