INVICTUS

África ha sido víctima de la violencia y la ambición europea desde que se descubrió su existencia, un continente siempre menospreciado y abusado. Portugal hizo del tráfico de esclavos un negocio sanguinario y cruel, el rey Leopoldo de Bélgica causó matanzas indescriptibles en el llamado Congo Belga buscando diamantes y petróleo y Holanda colonizó Sudáfrica haciendo que una muy reducida cantidad de blancos sometieran durante décadas a las mayorías negras de aquel país. La historia moderna de África es una constante de esclavización, muerte y sangre derramada por millones de nativos cuyo genocidio nunca fue en verdad reconocido por los historiadores blancos. 

Aún hoy la zona ecuatorial del continente negro es especialmente pobre y lleno de necesidades, donde la vida nada vale y la dignidad no existe. Sudán, Etiopía, Nigeria, Uganda, Congo –solo por citar algunos países- siguen siendo explotados por empresas multinacionales que alimentan las desconfianzas ancestrales y tribales  provocando guerras civiles salvajes para obtener beneficios económicos de las inmensas riquezas naturales del continente más empobrecido del orbe. Watusis y zulúes predominan en el Serengueti sudafricano, son tribus pacíficas pero orgullosas de su origen y tradiciones, celosos guardianes de la historia oral de sus naciones tribales. Allí está también Madiva cuna de Nelson Mandela. 

Un líder que pasó a la posteridad por su lucha pacífica contra la segregación racial a manos de una minoría blanca de la que era víctima su pueblo: todos los negros sudafricanos. Su lucha le costó 27 años de cárcel, su salud y su familia, pero que no doblegó su espíritu de libertad ni su batalla contra la opresión blanca. Anciano y enfermo por fin salió de prisión y se convirtió en el presidente de su país y quizás aquí lleguemos al meollo de nuestra historia, porque aún con todo su sufrimiento a cuestas llegó al poder para que todos sean mejores: negros y blancos, ricos y pobres, opresores y oprimidos. Mandela llegó al poder para llevarle justicia, paz y progreso a Sudáfrica, para convertir a un país desangrado en una nación integrada, pacificada y en progreso. Para eso tuvo que lidiar consigo mismo, con sus partidarios políticos y con una mayoría negra que buscaba venganza del opresor blanco. Pero Mandela se opuso y sobrepuso a todo eso, si no se corta el círculo del odio, decía, cada etnia que tenga el poder querrá vengarse de la anterior y la violencia, el dolor y el atraso nunca acabarán. Sentía que su principal aporte a su país era cortar esa rueda interminable de maldad y frustración para construir una sociedad más justa e integrada para todos. Lo logró. 

 Clint Eastwood filmó hace unos años la película Invictus protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon que retrata ese difícil momento en la vida y la presidencia de Mandela usando como ejemplo al Mundial de Rugby de 1995. Él usó a ese campeonato signado por el odio y la segregación para empezar a unir a su nación, para que negros y blancos empezaran a sentirse sudafricanos primero y ciudadanos iguales ante la ley después y lo hizo con su sapienza llena de humanismo y habilidad política pocas veces vista y no siempre reconocida cabalmente. Basta recordar otro hecho deportivo como el Mundial FIFA 2010 para verificar la magnitud de su logro, la vastedad de su visión de líder positivo, lo histórico de su presidencia. Así como Alfonsín es en Argentina es el padre de la democracia moderna, Mandela es en Sudáfrica el padre indiscutido de la integración racial y la paz social, salvando a su país de la autodestrucción provocada por odios y racismo. Mandela hizo que su país superara con éxito una grieta descomunal y sangrienta. El sábado pasado volví a ver la película y otra vez me emocioné y lloré. Pensé que desde este humilde rincón de El Vecinal lectores y escriba podíamos aprender algo juntos de esta historia, mirar a Sudáfrica y entender cuanto nos falta andar todavía. 

Entender que la diversidad es buena, que el otro siempre es necesario, que si la uniformidad nos gana no saldremos de la mediocridad y el fracaso. El éxito se logra cuando todos tiramos del mismo carro, para el mismo lado y al mismo tiempo pero ejerciendo funciones diferentes, porque somos distintos y por lo tanto únicos y necesarios. La diversidad política, social y cultural es lo que asegura el desarrollo de los pueblos a condición que esas diferencias se discutan con buena intención y objetivos comunes, tal como Mandela le inculcó a su pueblo que eran y son muchos pueblos en una sola Nación. Hay muchos argentinos pero una sola Argentina y para mejorarla para todos y entre todos, tal vez sea hora de invertir la ecuación sudafricana y hacer que la enseñanza de la paz en la diversidad surja de abajo para arriba en el convencimiento que la paz uniforme de los cementerios no produce ni avance ni felicidad y convertir las diferencias en guerras puede cubrir al país de cementerios. Digo, me parece. Osvaldo Igounet para igounetnoticias.blogspot.com copyrigth 2021

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