GRAL RODRÍGUEZ, MI LUGAR EN EL MUNDO

Osvaldo Igounet

    Buenos Aires ciudad, hermosa, atrapante, maravillosa donde nací y a la que vi cambiar y progresar en estos últimos 58 años. Una Buenos Aires que en la última década se convirtió en una urbe del primer mundo con obras a cada paso y transformaciones profundas, estructurales y estéticas que para un porteño de ley como yo me hace inflar el pecho de orgullo. Buenos Aires mágica y peligrosa; Buenos Aires te amo pero ya no te extraño. Ya no, ya no más.

   De a poco Buenos Aires amada te llenaste también de ruidos insoportables, de peligros taimados, de repente ya no estaba el policía de la esquina, tus vías y adoquines trocaron en asfalto, los vecinos dejamos de matear en la vereda y todos nos volvimos extraños y desconocidos. Se acabaron los festejos comunales, los bailes de carnaval, las fogatas de San Pedro y San Juan, jugar en plena calle; te volviste hostil, desconocida, distante y poco a poco me fuiste echando.



    Y un día me fui al campo, a Gral Rodríguez, cerca pero lejos. A la calle de tierra, a la bomba de agua y al gas en garrafa dejé de lado la comodidad de lo mundano y citadino para zambullirme a pleno en las limitaciones de lo campestre. Ya no hay asfalto sino barro, ahora veo tantos autos como caballos, las ardillas corren por mi muro, una chancha enorme pasa por mi puerta y una casita pequeña y cálida -la mía- surge escondida entre la maleza de la cuadra. Ya no se nada de expensas ni de apuros ni de ruidos molestos. Acá todo es silencio y pájaros cantando cada mañana de cada día. Porque me vine incluso a las afueras del pueblo, allí donde lo urbano se pierde en las fauces de lo rural, allí donde la lluvia moja en serio y las ráfagas de viento llegan sin obstáculos con toda su fuerza para chocar con mi pared.

   No tengo nada de gaucho, soy porteño, pero ahora tengo mi pedazo de tierra, huelo el rocío del pasto mojado, durante las tormentas frecuentes y violentas los rayos caen en mi fondo quemando mis álamos pero donde las estrellas brillan como nunca, el sol cae a plomo en el verano y el frío del invierno congela las cañerías hasta las nueve de la mañana. Mi cuadra no tiene veredas como tantas otras pero podés matear en plena calle, el lejano vecino te saluda sin conocerte y la música fuerte no molesta a nadie porque nadie hay a la redonda. Podés ir hasta el centro caminando las 25 cuadras que son hasta allí o podés tomar el colectivo que pasa cada hora y donde todos se saludan al subir y bajar e incluso si el barro lo permite podés sacar la camioneta y no cansarte. ¿El centro? existe claro, tiene su plaza, la iglesia y la municipalidad, su semi peatonal y sus negocios pero es más pequeño que el más pequeño de los barrios porteños, pero es cálido y seguro, las bicicletas mandan y nadie tiene que esconder su celular por miedo a que lo roben.

   A la tardecita te llegás a la estación de servicio lindera a La Serenísima sobre la ruta 28 y te juntás con los nuevos amigos dueños de los camiones que hacen los repartos, pequeños empresarios que te reciben como si te conocieran de toda la vida. Allí esta el peronista que solo espera que Macri se pierda y se vaya, el radical que piensa lo contrario, el que levanta la clandestina para completar ingresos, el que vende los neumáticos de gran porte para los camiones, todos cafeteando cerca de las 17hs esperando el asadito del viernes y el repunte postergado de la economía. Y donde el apellido Mastellone es palabra santa.

   Gral Rodríguez es un poco la Argentina que perdí y pude recuperar, el país pacífico, amigable, confiado, tranquilo. El lugar donde llegué de grande y donde espero morir cuando mi hora llegué para que mi cenizas se entierren debajo del sauce llorón que crece en mi fondo. Rodríguez mi lugar en el mundo, donde ser feliz es todavía posible.

copy 2019
Osvaldo Igounet

Comentarios

Entradas populares de este blog

NÉSTOR CORSI RETOMA LA OBRA EN EL POZO DE LUZ

NUEVO ATAQUE A LA PRENSA: SACARON DEL AIRE AL PROGRAMA "UNA TARDE CON VOS"