DOS: LEGADOS (relatos de la pandemia)
Osvaldo Igounet
La raza humana es atacada por un minúsculo virus que nos
sorprendió. Es invisible al ojo humano, no tiene olor, puede confundirse con
influenzas conocidas pero a diferencia de las demás no puede ser destruído
todavía porque no existe vacuna para combatirlo. Además se disemina por todo el
mundo a una velocidad asombrosa y con él propaga su arma más poderosa: el miedo.
Frente al coronavirus hacemos lo único que podemos hacer, nos quedamos en casa
esperando que no nos encuentre allí, nos aislamos de las demás personas,
dejamos de operar como sociedad, como comunidad y nos vuelve a enfermar también
espiritualmente porque para mantenerlo lejos de nosotros debemos dejar de ser
aquello que somos en esencia: seres gregarios. Vivimos en aislamiento
solitario, confinados en nuestras casas, llenos de miedo a contagiarnos y lo
peor de todo, sin saber cuando acabará la pesadilla. De alguna forma la
pandemia nos quita como sociedad lo mejor que teníamos, ya no somos nosotros
nos volvimos millones y millones de yo. En esta noche de introspección
es irrelevante saber si el virus es fruto de una fuga intencional o no de algún
laboratorio chino o la consecuencia lógica de costumbres culinarias primitivas,
en esta noche solo me importa que la pandemia todo lo gobierna y nos confronta
también con nuestro ser interior.
En todo el mundo la
gente está -estamos- encerrados en casa. Las fábricas están paradas, los bares
están vacíos, las calles no tienen tránsito y nadie viaja en los colectivos,
estamos recluídos y la vida tal como la conocemos está en estado de animación
suspendida. Sin embargo nuestra parálisis está beneficiando al planeta. Las
aguas se están aclarando, el aire vuelve a ser respirable, los animalitos
circulan con libertad y sin miedo y de alguna forma el calentamiento global se
está retardando. La Naturaleza se recupera porque nosotros, su mayor predador,
perdimos nuestra libertad por miedo a la muerte, pienso que sería muy
interesante que los seres humanos reveamos entonces como vamos a volver a
interactuar con el planeta si sobrevivimos a la pandemia. ¿Aprovecharemos la
lección?.
La noche avanza y mis
pensamientos no se detienen, si algo bueno deja la cuarentena es el tener
tiempo para pensar. El miedo a una enfermedad que contagia rápido y sin cura
conocida es paralizante y pienso en todo aquello que nos hace humanos y que
estamos perdiendo tristemente. ¿De qué sirve la música que no se escucha, el
libro que no se lee, el cuadro que no se admira o el viaje que no se hace?, ¿cómo
expresar mi amor si no puedo besar, qué es un padre sin sus hijos o un abuelo
sin sus nietos?. ¿Cómo seguir siendo un ser humano pleno si debemos renunciar a
nuestra humanidad?. ¿Quién puede ser uno si ya no tiene al otro?. Es cierto que
tenemos la tecnología, pero ¿puede una video conferencia reemplazar un abrazo,
el aroma del pasto fresco en la mañana, la humedad del mar en la playa?; no se puede
pintar un verdadero cuadro sin lienzo así como no existe música sin una
partitura, no somos un video juego, no somos una realidad virtual ni un
holograma, somos seres reales que necesitan de sensaciones reales. Tenemos
cinco sentidos porque necesitamos hacer uso de ellos. Nuestras vidas transcurren
ahora en las limitadas y solitarias superficies de nuestras casas sin siquiera
poder chusmear al exterior a través de la ventana y no lo podemos hacer porque
allá afuera no hay nada ni nadie. Sólo vacío, silencio y ausencia.
Es noche de
introspección y me disculpo por ser reiterativo en esto. Y se me ocurrió que
sería una buena idea dejar escrito algún tipo de testamento por si no sobrevivo
a la pandemia, después de todo soy persona de alto riesgo por mis dolencias
preexistentes y el no ver la llegada de la primavera es una posibilidad que no
puede descartarse. En realidad no sé si la palabra testamento es adecuada, eso
implica bienes y yo nada tengo, salvo una casita humilde en la provincia, un
auto muy viejo que se rompe muy seguido y una quiebra decretada. No puedo
evitar reconocer que a esta altura de mi vida mi situación patrimonial debería
ser mucho mejor pero soy un emprendedor sin suerte a veces por errores propios
y otras porque las crisis recurrentes del país se empeñaron en terminar con mis
negocios, así que si hablamos de cosas materiales poco y nada hay para
repartir.
No habiendo nada que
testar en realidad quizás sea más apropiado hablar de legado, porque todo
persona que transita por la vida deja el suyo y yo no soy la excepción. ¿Cual
es mi legado?, antes de hablar de eso quisiera decir sin lugar a dudas que yo
espero y deseo ver la llegada de la nueva primavera con todo lo que eso implica
y que lo que tengo para legar no cambia ya sea que la vea o no. ¿Qué puedo
legar? Antes que nada una forma de vida a la que siempre he intentado serle
fiel y que consiste en esencia en vivir tratando de no dañar a nadie, a propósito
al menos, y hacerlo bajo mis reglas, pocas pero firmes: hacer siempre lo que
quise o intentar hacerlo, ser independiente, privilegiar las utopías a las
practicidades, actuar desde lo filosófico más que de lo práctico, soñar
pequeños logros y tratar de alcanzarlos y pagar todos los precios que pagué por
cada tramo de libertad emocional y honestidad intelectual que pude obtener. En
resumen intentar ser alguien lo más libre posible que al mirarse al espejo aceptara
y conociera con precisión a la imagen reflejada en el. No soy alguien
decepcionado de si mismo porque nunca me mentí a mi mismo, tuve algunos logros
y muchos fracasos y algún que otro empate, pero siempre sin intentar ser quien
no soy ni fui. Si me guiara por la sabiduría popular cumplí: tuve mis hijas,
escribí mis libros, planté mis árboles y además, agregaría, seguí mis instintos
sociales y espirituales al profundizar en la Fe, socializar en los clubes de
barrio, militar en política por una idea de país y producir mis propios
programas de radio durante treinta años. Y lo más importante para mí, creo
haber sido en cada una de esas cosas fiel a mi esencia. Tuve una vida intensa
que me dotó de una experiencia de vida enorme y que me enorgullece, como diría
Cacho Castaña, confieso que he vivido y vaya si lo hice.
Pero mi legado
también son mis carencias. Amo a mis hijas y ellas a mí, pero no pude ser el
padre que quería ser, apenas si logré ser el padre que pude ser. Mi infancia no
tradicional digamos, un divorcio con las chicas muy niñas y mi incapacidad para
demostrar abiertamente el amor que sentía ( y siento) por ellas puso cierto
distanciamiento sentimental entre ellas y yo. Debía hablarles más, besarlas más,
abrazarlas más, demostrarles más y en lugar de eso fui más parco que
comunicativo. Pero al menos pude dejarles, creo, ahora que son mujeres adultas el amor a las
artes, la necesidad de ser independientes y de luchar por aquello que crean que
vale la pena hacerlo. Debí haber sido más expresivo y no pude y ahora si bien
nos amamos no las veo todo lo seguido que quisiera y necesito, mientras que las
extraño más de lo que me extrañan cuando no nos vemos.
Y un día de grande
ya conocí a Carmen, el amor de mi vida. Llevamos ya casi 25 años juntos y todavía
estoy en deuda con ella. Es la mujer que amo y a la que le debo. Ella me apoyó
más de lo que yo la apoyé, me contiene más de lo que la contengo, me cuida más
de lo que la cuido, merece mucho más de lo que pude darle. Igual que con mis
hijas, a ella tampoco le dí suficientes te amo ni tuvo todas las sonrisas que
merece. Si bien ella logró enternecer mi coraza afectiva nunca logró que
rompiera del todo mi complejo de tortuga emocional siempre listo para esconder
la cabeza en una caparazón aparatosa y sin sentido. Mi legado para ella es que
sepa que la amo con locura, que todo lo bueno que me pasó e hice en estos años
juntos es gracias a ella, que es la artífice de todos mis éxitos e inocente en
todos mis fracasos. Que se entere que si a pesar de todo lo que pasé aún estoy
vivo es porque Dios así lo quiso pero que lo quiso gracias al amor que ella me
tiene y no a mis supuestos merecimientos, yo vivo porque ella quiere que viva y
yo quiero vivir por la mima razón; no se mal entienda yo también quiero vivir
pero para hacerlo junto a Carmencita, porque desde lo personal y lo espiritual uno
diría que viví con plenitud, no tengo la sensación de no haber hecho todo lo
que tenía que hacer. Desde 1996 ella impulsa mi vida y todo lo que venga en el
futuro será porque ella esta allí para que lo haga. Soy mucho mejor marido
ahora que entonces pero ni antes ni ahora soy el esposo que ella se merece.
Como periodista
nunca busqué y tampoco obtuve fama, soy solo conocido en unos pocos y estrechos
ámbitos, pero no me quejo. Hice buenas investigaciones profesionales, obtuve buenos
resultados en muchos casos y algún revés en otros. Pero los fracasos pesan no
por mí sino por las víctimas y a veces me quitan el sueño por una suerte de
culpa que en realidad no es mía pero que cada tanto me persigue. Hace unos años
descubrí en Córdoba que había alguien detenido y condenado por dos crímenes
atroces que no cometió, investigué y pude comprobar desde lo periodístico su
inocencia después de siete meses de trabajo, pero para probarlo judicialmente
se necesitaba dinero y respaldo para soportar el enorme escándalo que ese “error”
provocaría, pero nadie quiso financiar ese trabajo y mucho menos exponerse a
las consecuencias de hacer pública la conspiración, de la justicia y de la
policía cordobesa y el pobre tipo sigue preso cumpliendo una condena inmerecida.
No pude liberarlo, se está pudriendo en ese hoyo inmundo que es el penal de
Cruz del Eje y para agravar la situación mi buena voluntad le dio una esperanza
trunca que lo hundió en una depresión que no debería tener. Cuando pienso en él
se me cierra el estómago y me siento frustrado, rabioso y triste. Hice lo que
pude y no alcanzó, me dí por vencido porque lo estaba pero quizás no pelee lo
suficiente.
Este es mi legado
en esta noche de otoño y aislamiento. El sincerar el corazón y dejar constancia
escrita de aquellas cosas que muchas veces me cuesta verbalizar y lo hago
porque la pandemia apremia, la primavera puede que no llegue para mí (espero
que sí) y es bueno, sano y necesario que los afectos sepan cuanto significan
para uno.
Osvaldo Igounet
copyrigth 2020
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