UNO: NORMA Y ROBERTO (relatos de la pandemia)

 
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   Los respiradores no van a alcanzar si llega el frío y tenemos contagios masivos, le dijo el Dr González a su Jefe de Piso en la sala de enfermeras donde se habían reunidos de apuro aquella madrugada a mediados de febrero. ¿De verdad te parece que serán necesarios?, le respondió su superior incrédulo ante la preocupación del Dr González, China está muy lejos agregó antes de darse media vuelta y seguir con su recorrida por la terapia intensiva, dando por terminada una conversación que retrasaba su ronda antes del merecido cafecito de las tres de la madrugada. Quizás si esté exagerando intentó convencerse mientras revisaba la ficha del paciente de la cama ocho, efisema pulmonar complicado con una neumonía leve y sonrió a su pesar, después de veinte años de fumar dos atados por día el viejo Ramón López tenía suerte de contarla aquella noche. El hombre estaba sedado pero igual le costaba dormir y casi no podía respirar a pesar de estar entubado, debería haberse muerto, pensó González; sin saber del todo si el paciente peleaba por vivir o por fumar de nuevo. Llegó hasta la puerta y antes de salir volvió a examinar la totalidad de la sala con preocupación, quince camas, cuatro médicos terapistas, seis enfermeras especializadas, tres respiradores, poco, muy poco, pensó de nuevo. No estaba convencido de que China estuviera tan lejos.

   Norma amaba la moda, era una mujer de buen gusto y aunque le era imposible vestirse con las mejoras marcas no podía dejar de apreciarlas. Miraba los desfiles de alta costura por televisión admirada de como las modelos se deslizaban con elegancia por la pasarela logrando que las distintas telas se fusionaran con su piel. Pero Norma no quería ser modelo, sólo soñaba con tener su gracia y quizás usar alguna vez algunos de esos vestidos soñados, desde su departamento de Flores, Milán era como un sueño imposible. Roberto, su esposo desde hacía treinta años, era nieto de italianos y trabajaba como contador de varias de las pizzerías del barrio. Roberto toda su vida anheló conocer la Sicilia de sus abuelos y quizás con suerte mojar sus pies en las soleadas playas de Capri, no pasaban necesidades pero vivían al día. La vieja Italia no era un lugar al que pudieran aspirar, en su lugar vacacionaban, cuando podían, en Mar de Ajó donde habían logrado comprar un monoambiente a cinco cuadras del mar. Si no podían ir lo alquilaban en verano y ese dinero ayudaba con los gastos de mantenimiento. Norma cumplió sesenta años y sintió que la vida se le escapaba sin haber cumplido ninguna de sus fantasías juveniles, no había podido seguir la universidad, no se convirtió en una exitosa diseñadora de modas y sentía que moriría sin pisar nunca Milán. Roberto tampoco pudo concretar su viaje a Italia, a su amada y desconocida Sicilia, pero no se daba por vencido, el año que viene iremos se decía cada diciembre, mientras manejaba por la ruta 11 para pasar la Navidad en Mar de Ajó y limpiar al monoambiente antes de la llegada de los inquilinos. Roberto miraba a Norma y sufría, ella tenía la mirada triste y los hombros como vencidos, sus pupilas se fueron apagando con el paso del tiempo, despacio, poco a poco, año tras año, con cada crisis del país que alejaba el sueño de su vida: caminar por las calles de Milán y ver sus vidrieras frente a frente.

   Lo pensó y lo pensó y tomó una decisión. Norma cumplió sus sesenta años y Roberto llegó a casa con su regalo más preciado: irían a Milán ese verano, en enero, donde allá es invierno y todo cuesta más barato. Vendió el auto, sacó un préstamo en el banco -cosa que odiaba hacer- y organizó el viaje sorpresa para su amada esposa. El viaje no incluía claro ni a Sicilia ni a Capri porque así Norma tendría algo más de dinero para gozar de su soñada Milán, sus vidrieras y su moda. Partieron el 30 de enero. Norma estaba feliz, rejuvenecida y agradecida por el amor que Roberto le demostraba después de tantos años de casados.

   El avión de Alitalia salió puntual del aeropuerto de Fiumicino en Roma. Felices, parecían dos jóvenes en su  luna de miel, un teléfono inteligente repleto de fotos y videos y pequeños regalitos para los nietos. El viaje fue tranquilo y de Ezeiza se tomaron un taxi directo a su departamentito de Flores, abrieron las valijas, guardaron su ropa, se prepararon un mate. Se durmieron.

   Cuando apareció la fiebre Norma creyó que Roberto se había engripado por el cambio de clima, frío en Italia y calor en Argentina. Pero dos días después la tos no lo dejaba dormir, respiraba mal, la cabeza le dolía muchísimo y la fiebre no bajaba. Norma llamó a una ambulancia y el SAME se lo llevó al hospital. En Milán se hablaba ya de una nueva infección virósica que quizás había llegado de China pero nadie le dio importancia y Norma que había oído las noticias en la tele como al pasar tampoco. Roberto fue llevado a terapia intensiva y a las pocas horas necesitó un respirador artificial para mantenerse con vida. Una extraña y poderosa variedad de neumonía atacaba sus pulmones y lo consumía con rapidez. El Dr González intuyó más que supo lo que pasaba. Llamó a su Jefe de Piso, lo llevó hasta la cama de Roberto y mientras le cubría la cara con la sábana le dijo: Doctor China no está tan lejos y es muy posible que no nos alcancen los respiradores. 

Osvaldo Igounet
copyrigth 2020


  

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