HISTORIAS DE VIDA: EL PAÍS DONDE EL MÉRITO PASÓ DE MODA

Esta es el editorial del programa VARIETÉ DE NOTICIAS de esta semana:

 Lules, Tucumán, mediados de la década del cincuenta, José tiene callos en las manos de tanto trabajar en la zafra azucarera. Le duele la cintura, tiene hambre y sed, pero no puede detenerse, el trabajo es a destajo, más trabajas más cobras aunque ese más sea una miseria. José tiene una casita humilde, cerca del monte, sin demasiadas comodidades muy austera diría, pero limpia y decente. Él y su familia son gente sufrida, de trabajo arduo y penurias grandes. No siempre el dinero alcanzaba para comer, algún mes se cenaba diario y otros meses se comía salteado. Pero José no se rendía. Uno de sus hijos, Ramón, gracias a la radio le había tomado el gustito al asunto de la música, bailaba y cantaba sobre el piso de tierra los éxitos del momento. Y soñaba con tener una guitarra. Ramón que a veces no tenía para comer, anhelaba sólo una guitarra y un día una guitarra usada y en dudoso estado llegó a sus manos.
 Era lo máximo que José pudo ahorrar para comprarle en base de más privaciones de las habituales y Ramón fue feliz con su sueño. José fue feliz con la felicidad de Ramón. Nunca hubo dinero para profesores de música así que Ramón tiraba de las cuerdas siguiendo solo su instinto y su entusiasmo. A los catorce o quince años Ramón supo que si quería llegar a algo con la guitarra en Lules no lo lograría, así que con el permiso triste pero comprensivo de José, hombre parco y estoico pero de gran corazón; más algunos pocos pesos se subió a un colectivo que lo llevó a San Miguel de Tucumán y allí un tren a Buenos Aires. 
 Retiro era enorme, casi más grande que Lules y con infinita cantidad de gente. Su pueblito cabía entero en aquella terminal de tren. Ramón vagó por las cercanías los primeros días y durmió un par de noches en la plaza San Martín. Siempre en las cercanías de aquel lejano Retiro consiguió sus primeros trabajos, repartió verduras, lavó copas en los bares, lustró zapatos y al tiempo cerca del Centro un griego lo empleó en su bar a tiempo completo. A cambio de una cama, una cena y algunos pesos Ramón limpiaba pisos, bacheaba platos, cargaba las mercaderías o hacía los mandados. Doce o trece horas al día, su cama era un colchón mugroso en el sótano del bar que el griego cerraba a la noche con candado, decía, para que Ramón, no lo robara de madrugada y escapara del lugar. 
Dos años después Ramón más grande y sufrido dejó al griego porque consiguió trabajo vendiendo café por la calle. Los termos pesaban una enormidad, tenía que caminar muchos kilómetros por día pero ganaba algo más que con el griego. Y era libre, conocía gente, veía el sol y podía pagarse una pensión. Y en todo ese tiempo, a pesar de todos sus sacrificios nunca dejó de tocar su guitarra y hasta se las arregló para tomar algunas clases con el instrumento. Una mañana descubrió que en las puertas del viejo Canal 7, que estaba en la calle Posadas, vendía mucho café entre la gente que hacía cola para entrar o salía del lugar y comprendió que quizás esa era la herramienta que necesitaba para tentar a la suerte. Insistió e insistió y por fin una tarde logró entrar al edificio, consiguió conchavo para tareas menores y hasta le dejaron mostrar que podía hacer con su guitarra. No tocaba con demasiada habilidad ni cantaba con mucha afinación pero le sobraba simpatía y entusiasmo, algún tiempo después, sin dejar de perfeccionarse en guitarra y canto, lo incluyeron en un conjunto de moda, pero no era feliz allí.
 Un productor que le veía el ahínco y también sus carencias le dijo que le convenía escribir sus propias canciones, esas que se adaptaran a su escaso manejo de la guitarra y a su poca potencia vocal. Ramón tomó el consejo y le agregó además letras sencillas y optimistas que reflejaban su personalidad y así fue como Ramón se convirtió en Palito Ortega, El Rey; cetro que todavía conserva.

 Giovanni nació en Calabria y la Primera Guerra Mundial dejó a su familia en ruinas. No había trabajo ni nada para comer, algunas madres hervían viejas suelas de zapatos para que los chicos creyeran que masticaban comida y hasta la peste española estaba amenazando a la vuelta de la esquina. Giovanni era el cuarto de ocho hermanos. Dos murieron en la guerra y otros dos no llegaron a la adolescencia. Sus padres no llegaban a los cuarenta años pero llevaban sus hombros doblados y la cara arrugada como si tuvieran ochenta, manos callosas y una mirada triste muy triste. A los dieciséis años Giovanni embarcó en tercera clase hacia Argentina.
 Venía a hacerse la América en el nuevo continente que tenía dos opciones principales: Nueva York o Buenos Aires. Tres meses después llegó a puerto y tuvo que pasar una temporada en el Hotel de los Inmigrantes, hasta que unos paisanos lo alojaron en la pieza más chica y fría de un conventillo en La Boca y lo hicieron aprender el oficio de zapatero. Zapatero remendón. Giovanni trabajó largas jornadas en el taller de sus paisanos, cambiaba suelas y tacos, le ponía hormas a los calzados y hasta aprendió el oficio de aparador para poder hacer de vez en cuando un zapato nuevo por encargo. Le costó mucho aprender a encolar el cuero cuando los armaba pero un día también eso aprendió. Seis años después seguía en el conventillo pero en una pieza mejor y había logrado alquilar un localcito en Barracas, no era mucho pero era su propio taller. Para principios de los años cuarenta había terminado de construir su casita en un terreno que había comprado en Mataderos, barrio muy lejano del centro en aquellos años. Estaba lejos pero era dueño y puso el taller donde tendría que haber un garage. Giovanni pasaba horas y horas doblado sobre sus moldes, hormas, cueros y ceras sin detener nunca la marcha del taller. Trabajaba y cumplía, trabajaba y cumplía y la clientela volvía. 
Para mediados de los setenta Giovanni tenía cuatro PH sencillos que construyó en dos terrenos cercanos que había comprado años antes, además de su taller, y con esa renta pagó los estudios de sus dos hijas, una que pudo llegar a la universidad y a ser comerciante la otra, ella puso una pequeña pizzería en un localcito que Giovanni le facilitó y cuyo alquiler debía pagar sin falta del 1 al 5 de cada mes. Giovanni nunca pudo ni quiso volver a su Calabria natal, pero las chicas si. Pudieron besar a los dos tíos que aún vivían y abrazar a sus primos hermanos.

 León García se fue de Galicia a causa de la Segunda Guerra Mundial y la hambruna que carcomía a España. Llegó con lo puesto pero con ganas de trabajar. Enseguida se empleo en el almacén de un conocido y allí trabajó casi toda su vida. Hizo algunos ahorros e igual que Giovanni compró un terrenito y construyó su casa, le tomó 20 años. Después al no pagar alquiler con los pesos que ahorraba invirtió en la actividad preferida de sus paisanos: la gastronomía. Y fue comprando un par de puntos en aquel bar, el otro año tres puntos en aquella otra confitería y así. En cuarenta años era socio minoritario de tres bares o fondas, el almacén era suyo, no alquilaba y daba trabajo. A españoles que llegaban sin nada como él y a argentinos del interior al los que les enseñó el oficio de ser mozo. 

Europa no nos mandó sus mejores hombres nunca, los conquistadores españoles eran piratas asesinos como Hernán Cortez y después de cada guerra mundial vinieron los más pobres, los más brutos, los desclasados pero eran trabajadores y tenaces y con sus más y sus menos fueron saliendo a flote. Nunca te olvides de eso. 

 José María Alvarez era polaco pero no lo supo hasta los 14 años. Es más siempre vivió como si llevara sangre española en sus venas, Toto así le decían, nació casi sin nombre. Fue abandonado de bebé en la Casa Cuna y cuando cumplió cinco años fue llevado a un hogar para huérfanos en Jáuregui, cerca de Luján, donde vivió hasta los catorce años. A esa edad supo que no tenía familia pero alguien le contó y el algo recordó sobre su madre de leche, una matrona, la Sra de Alvarez, que lo había amamantado en la Casa Cuna. De alguna forma logró que desde la casa de expósitos en Jáuregui contactaran a esa mujer y después de un tiempo fue adoptado. Ahora era Alvarez, José María. Su nueva y única familia era rara con él, una parte lo sentía como propio y otra le hacía sentir su condición de adoptado en las pequeñas cosas de todos los días. Toto tenía un hermano que tenía un taller de metalmecánica muy grande, reparaba grandes vehículos como los colectivos de la linea 5, 86 y toda la empresa Fournier. Toto empezó a trabajar allí y se convirtió en un maestro matricero y tornero, pero de piezas gigantescas, un tornero industrial. Era trabajador, callado, eficiente y confiable. Al punto tal que cuando su hermano fundó la primera empresa de hormigoneras del país Toto quedó a cargo del taller. Y allí trabajó los siguientes 30 años hasta jubilarse. Durante todos esos años muchas cosas pasaron en la vida del Toto Alvarez, se casó con Alberta Galarza, la Tota, una chaqueña que emigró de su Puerto Tirol natal escapando de la miseria y el mal trato. Tuvieron dos hijas Carmen y Elena, compraron un terrenito en Lomas del Mirador y construyeron su casita con un crédito del Banco Hipotecario. Las chicas pudieron viajar y estudiar y antes de los 23 las dos eran profesoras. Ni el Toto ni la Tota nacieron favorecidos por el destino, pasaron hambre, penurias y desgracias; pero nunca bajaron los brazos. Intentaron y lograron superarse, trabajaron sin descanso y fueron obteniendo resultados. No tuvieron una vida fácil pero sí una vida digna, llena de logros propios no de favores oficiales. Trabajo y dignidad, siempre trabajo y dignidad, poca queja y mucho empeño. 

 Ni Ramón, ni Giovanni ni León García, ni los Totos progresaron porque sí. Todos tuvieron que esforzarse muchísimo, trabajar sin descanso, siempre cumplieron con la ley, honraron sus obligaciones y sobre todo se esmeraron por superarse a si mismos. Todos partieron de la nada y sin nada y como una suerte de big bang interior de la nada hicieron mucho. A algunos les fue mejor que a otros porque esa es la ley de la vida, hay quienes aciertan más o erran menos, quienes tienen mejor suerte o ponen más empeño; pero siempre sabiendo que nada llega de la nada y sin hacer nada no se llega a nada. Ni Ramón, ni Giovanni, ni León García ni los Totos tuvieron tiempo para protestar en la plaza, tomar lo que no es propio o ser recompensados por lo que no hacen. Ni ellos ni tantos como ellos que bajaron de los barcos o llegaron del interior para forjar un futuro que su lugar de origen no les daba. Pero ese futuro es como una espada, se forja paso a paso, se funde el acero, se lo vuelca en un molde, se le da forma a puro martillazo, se lo enfría y se lo templa. Una artesanía debe trabajarse y un futuro mejor también. No hay futuro sin estudio y trabajo y no hay ni futuro ni trabajo si tu única actividad es sólo protestar y pedir. Para exigir hay que dar, ¿cómo pedir aumento de sueldo sino tenés trabajo?. Es verdad que los tiempos cambian y ya nada es tan lineal, que hoy el solo trabajar o estudiar no garantiza ningún éxito pero cómo será entonces de difícil lograr algo sin nada de eso. La vida es mucho más complicada hoy que hace cincuenta años seguramente, pero buena parte de esa nueva complicación surge de aquellos que te dicen que te mereces todo sin hacer nada, sin forjar esa espada. Todos a quienes nombramos en este editorial: Ramón Ortega, Giovanni, León García o mis suegros, todos sin excepción vienen de la pobreza y el semi-analfabetismo, todos tenían todo para fracasar pero al final ganaron, cada uno a su manera. Protestaron cuando hizo falta, claro que sí, pero sin dejar de esforzarse, nunca siquiera se les ocurrió que usurpar lo que es ajeno, cobrar por lo que no hicieron o exigir derechos sin tener obligaciones; era la manera adecuada y eficiente de lograr algo en la vida.

 Después del menemismo la política quiere hacerte creer que te mereces todo por ser pobre pero no te enseña como salir de pobre, te enseña a exigir pero no hacer, lo contrario de lo que predicaba el Gral Perón que decía que mejor que decir es hacer y mejor que hacer es realizar. Hacer, trabajar, realizar no sólo gritar, pedir y protestar. ¿Cómo vas a hacer una huelga si no tenés un patrón al que pararle?. Como siempre digo,   Perón se decía el primer trabajador no el primer protestador. No hagas caso de la prédica de este postmenemismo de la cultura del piquete y no del trabajo. Vos que te cagas de hambre no podes darte el gusto de hacerte el Grabois que puede protestar como profesión, vos si no laburás pasas hambre y le pagas el pasaje a Roma a este doctorcito que te explota.

Mirá, hasta la religión a veces te condena al pobrismo, los católicos (y yo lo soy) te muestran la pobreza como una virtud. Francisco y los Grabois se suben a ese caballito y te hacen confiar en la teoría del pobrismo. Y terminas odiando al que le va mejor, te orientan a la envidia y el resentimiento y no al esfuerzo y la superación y claro nunca salís de pobre. Los yanquis son mayormente protestantes y evangélicos y ellos celebran cuando a alguien le va bien honradamente. Te enseñan como poder comprarte un auto no a quemar el auto ajeno y mirá, con todos sus defectos, a donde llegó EEUU y a donde nosotros. Es muy posible que el neoliberalismo nacional no te haga salir de pobre pero puedo asegurarte que los Chino Navarro, los Pérsico y los Grabois menos que menos. SI hay virtuosidad en el mérito, en el esfuerzo y si bien es cierto que no todos llegaremos a los mismos lugares eso pasa porque el mundo no es justo. Pero sin mérito y sin esfuerzo no llegamos a ningún lado, nos hundimos más. La olla popular es necesaria cuando hay hambre pero es una indignidad como sistema y no vas a salir de la olla popular si no empezás a hacer algo para cambiar tu realidad ya sea estudiando o trabajando. De lo contrario terminas en la 9 de julio comiendo de otra olla popular mientras puteas contra el gobierno de turno. Grabois es abogado y escribe y le va tan bien usándote a vos que ya no trabaja de abogado y escribe esos libros que vos no vas a leer pero que cuentan como gracias a vos el está cada día más gordito. 

 El mundo está lleno de oprimidos y de injusticias y seguro que cada tanto necesita por eso una revolución, pero una revolución exitosa es aquella que cuando triunfa, si lo hace, sabe que hacer con el triunfo. Ahora pensá dos minutos: vos comes salteado, no terminaste tu secundaria o primaria, no tenés un oficio con valor agregado y vivis de un plan o una changa esporádica, ¿de verdad te crees que vas a ser el protagonista de esa revolución?. ¿O seguirás siendo el oprimido de los nuevos amos?. Yo creo que cuando te dicen que el mérito no sirve, o te mienten o se equivocan, en ninguno de los dos casos deberías entonces creerles. El mejor truco que tiene el diablo es hacerte creer que no existe y el mejor truco de los profetas del desastre es hacerte creer que ni vos ni el país tienen solución. Mienten. El diablo existe y nuestro futuro también, sólo tenemos que dejar de permitir que nos sigan usando, abrir los ojos y ponernos a trabajar. No estamos condenados al éxito como decía Duhalde pero tampoco al fracaso como ahora podría parecer, como vimos en las historias de vida que te conté hoy Argentina siempre da revancha, siempre da oportunidades; lo único que debemos hacer es creer que podemos y nos lo merecemos.

 Digo, me parece. 

 Osvaldo Igounet igounetnoticias.blogspot.com 
Varieté de Noticias 
copyrigth 2020

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